La mirada de la pintora repasa fugazmente el paisaje urbano, toma apuntes en ese momento, para un tiempo después reproducirlo en el cuadro, ajustando las formas para sobre ellas depositar capas de color, denso, pesado a pesar de la claridad que exhibe, logrando ordenar escenas descriptivas del ambiente de las ciudades representadas. Rosana Sitcha plasma el aire que envuelve calles y plazas, mostrando imágenes de fuerte impresión visual, que se disuelven en un transcurrir susurrante a lo largo de su contemplación.
La pintora ofrece su obra expuesta desde una mirada distante, incluso algo fría, así lo reflejan los tonos azulados de sus luces diurnas, en un tranquilo discurrir silencioso ajeno al ruido que turba el entorno, siendo este silencio representación del aislamiento de las personas en su deambular diario, su confusión con el paisaje, la pérdida de la individualidad. Las figuras humanas son manchas, carecen de rasgos identificadores, no interesan sus biografías, viven aislados, como bultos danzantes que forman parte de la escena.
Cuando describe las horas oscuras este efecto está aún más agudizado en su pintura, jugando con los contrastes de los apagados contornos y los haces de luces que salen de escaparates o establecimientos, y siempre están allí las figuras impersonales, sin rumbo aparente, soledad y silencio, en una sociedad donde prima la incomunicación interpersonal. A veces aparece en alguna pieza un fulgor de esperanza, según los tonos cálidos que propone en ellas, mas son momentos fugaces. Con esto, quiere la artista recordar que siempre existe una salida hacia el optimismo.
Rosana Sitcha muestra un trabajo plástico de excelente gusto compositivo, estructurando las manchas en sus piezas de forma inteligente, logrando elaborar una obra pictórica de buen tono estético.
